domingo, 26 de abril de 2009

Jugando contra Mr Hyde

Cuando deje de ser tonta y empiece a preocuparme por ser una princesa el mundo me lo agradecerá. Y yo me lo agradeceré. Y mi venganza será ser feliz, ganar esta batalla, ganar la guerra, porque nunca me gustó perder, dejar las cosas a media, porque mi guerra esta vez es contra mí y conozco a mi rival.
Me alzaré entre los cuerdos, mi locura se verá reforzada por unas llamadas a la puerta "Mark Hardy, ¿estás ahí? " y por un loco de no se sabe donde cantando "Cuando te veo... me pongo fatal, me pongo fatal".
Beberé en la plaza de mi tierra, rodeda de mi gente, con grandes ausencias rizadas e italianas, rodeada de caras extrañas que beben en la plaza de mi tierra. Miraré hacia arriba y me vigilan los paisanos del pasado, los caballeros con sus princesas y sus amores prohibidos, un mono jugando con un niño al escondite, una gallina y sus pollitos, y esta futura mamá pato, bebiendo mientras escucha "Zingara rapera" con sus volantes y sus converses de 7€.
Pero primero ganaré esta guerra a Mr Hyde y volveré a ser la que siempre fui, con mi vida, mi gente, mis ganas de seguir y mi corona de princesa.

domingo, 19 de abril de 2009

El triciclo rojo

Había un triciclo rojo en una parcela de campo. Había una niña pequeña, cinco años tendría como mucho, subida en él dando vueltas por la parcela, por la parte asfaltada. En mi sueño, la niña me daba la espalda, pasaba por delante de la puerta del garaje donde no había coches, solo kilos y kilos de patatas extendidas encima de cartones que desaparecían siempre que algún gorrón se asomaba por la parcela.
Desperté y lo recordé, era su triciclo rojo, el que estaba allí para ella. Fue abandonado algún día que no recuerda, en las traseras de la leñera, donde solía vivir Atila.
Los veranos dejaron de ser como solían ser en aquella parcela hace ya muchos años. Veranos subidos en un montículo de tierra y piedras (restos de la construcción de la casa) en donde los niños jugaban a que eran los Reyes Magos y repartían caramelos. Veranos en los que descubrieron un hormiguero en su monticulo y una fila de pequeñas hormigas que entraban y salían incansables.
Veranos cenando pan de pueblo y queso de cabra ante una noche que anunciaba venir con brisa.
Veranos en una piscina, con crema Nivea, ese olor que, por mucho que lo busques, solo tiene la Nievea, olor de veranos perdidos, olvidados entre sueños que cuesta interpretar.
Ya no está el triciclo rojo de metal, ni la niña que solía montarlo por el asfalto. Ya no está Atila en la leñera, ni su incansable ladrido cuando venían aquellos que lo trataron mal una noche. Ya no están las hormigas ni sus montículos, ya no están esas cenas con brisa veraniega ni siquiera aquellos que comían el pan de pueblo y el queso de cabra.
Ya solo queda un viejo borracho, solo, con sus patatas extendidas en el garaje, la piscina vacía y un montón de habitaciones, camas que nunca más serán habitadas. Una foto de caza en la pared del salón que le grita que hubo tiempos mejores, tiempos en donde había niños en sus bicis y un triciclo rojo dando vueltas por su parcela, por la misma en la que ahora solo queda él y una vida desperdiciada solo, con recuerdos que no tiene y no quiere tener, y una botella de vino de pitarra en donde callar los gritos de una vida que ya no tiene.

sábado, 4 de abril de 2009

A los ojos de los demas

"Esta vez la culpa no es tuya", "sacúdete", "cuídate, mímate", "no era tu tren" y esque me siento querida, apoyada y a menudo lo olvido, me encierro en mi autocompasión, en mi obligada salida adelante sin nadie a mi alrededor, por mis medios, sola y sin consuelo.
Creía que "nadie me puede curar", pero me engañaba, porque solo a los ojos de los demás aún vivo cuando yo me siento morir, me dejo morir. Solo a ojos de los demás, de los que me quieren, de los que lloran conmigo cuando yo lloro, me quiero mirar, como un espejo de felicidad eterna en donde quiero reposar, pararme a descansar en esta nueva parada que me ha tocado vivir.
Salir vencedora, ser una guerrera de los cuentos, de las heroínas anónimas que inhundan calles y avenidas luchando con su espada de fuerza contra aquellos que quieren que pierdan sus batallas, sus guerras.
Pero ellas salen reforzadas de cada reto, de cada victoría, sustituyendo sus bombillas rotas, por bombillas nuevas, más brillantes, más radientes, de las que ahorran energía, pero brillan más.